Hay una corriente médica que dice que el hombre, desde que nace, ya empieza a enfermar para morir.

Durante nuestra vida, nos atiborran de vacunas, antibióticos, antitusígenos, anti, anti., empezando desde la cuna una lucha contra el entorno por la salud, que realmente depende de nosotros mismos. La medicina «tradicional» la pelea a muerte con el medicamento químico, sin tomar en cuenta el motivo de la enfermedad, que suele ser mucho más profundo que un virus o una bacteria.
La enfermedad es una enseñanza, o un camino (como dicen Dethlefsen y Dahlke en su libro «La Enfermedad como Camino), que nos conduce a la salud, transitando por los vericuetos del sufrimiento, la fiebre, el resfriado, las jaquecas, la depresión, el insomnio, los tumores, etc. y que, si la tratamos como lo que es, una maestra en nuestra vida, finalmente nos conducirá a la vida plena, siempre en armonía con la naturaleza.

Escoger la forma de tratar la enfermedad, sin que el resto del organismo se deteriore, es la clave para retomar la salud real.

Es importante escoger un método médico, que sin ser empírico, respete a la naturaleza y siga sus normas para recuperar la salud. ¿Por qué «curarnos» de una simple gripe con medicamentos tan fuertes, que destrozan los riñones e hígado; o «prevenir» un sarampión con vacunas que envejecen biológicamente (de 6 a 8 años) a nuestros niños? Esto no es curación ni prevención, sino envenenar el cuerpo, que nos envía esos síntomas para expresar lo que no estamos haciendo bien; pero con esos medicamentos, mandamos tomas a un tarro de basura, que al llenarse, va a producir enfermedades realmente graves, algunas sin remedio, ni cura. Hay varias formas no agresivas y naturales de recuperar la salud.